La Escuela Azopardo y una  herencia de ladrillos y voluntad

Una travesía en barco desde Europa, una empresa familiar fruto del esfuerzo y el compromiso y la concreción de una de las obras más significativas para la educación en la comunidad de Santa Elena

Por Vicente Suárez Wollert

En un pequeño jardín de Troina, un pueblo enclavado entre las montañas sicilianas, María observaba con nostalgia seis frutales y su rosal preferido. Sus hijos, Rosa y Antonino, jugaban despreocupados, ajenos a decisiones adultas que estaban por cambiar sus vidas. Del otro lado del océano, en la ciudad de Paraná, Giovanni Bellummia trabajaba como albañil y los pensaba constantemente. Entre arroyos y casitas aisladas destacaba por su precisión como maestro de fachadas en antiguas casonas de la capital entrerriana. Su oficio y empeño le permitirían, finalmente, reunir el dinero necesario para traer a su familia a la Argentina.

Ese viaje se concretó gracias a la ayuda de José Fiore, un artesano panadero que confió en Giovanni y le prestó el dinero para los pasajes, luego de haber sido testigo de una proeza: el albañil logró reparar su horno de barro mientras seguía encendido, a su mínima capacidad, permitiendo que ninguno de los dos dejara de ganarse el pan. La familia llegó a Paraná el 27 de diciembre de 1951, después de pasar la Navidad en altamar.

“Seguro se acordó de San Silvestre, el patrono de Troina –cuenta Antonino–. Uno de sus milagros fue entrar en un horno encendido, limpiarlo y salir ileso. Mamá decía que por el linaje materno estábamos emparentados con ese santo.” A ese mismo San Silvestre se le atribuye haber bautizado a Constantino, el hijo de Santa Elena, patrona del pueblo entrerriano que, décadas después, sería clave en el destino de la familia y en el inicio del nombre con el que giraron empresarialmente durante décadas.

Algunos años después, padre e hijo ya compartían obras en distintos puntos de la provincia. Fue entonces cuando el santaelenense Dardo Pablo Blanc, electo vicegobernador de Entre Ríos en 1973, impulsó una serie de obras públicas para su ciudad natal, entre ellas la construcción de un nuevo edificio para la Escuela N° 9 “Juan Bautista Azopardo”.

“Hasta entonces hacíamos obras asociados con otras firmas, pero yo le insistía a mi papá en que debíamos animarnos a trabajar por cuenta propia”, recuerda Antonino. Se presentaron a la licitación y ganaron por un margen mínimo. Así nació formalmente la empresa “Giovanni Bellummia”.

La obra implicó la demolición del antiguo edificio escolar de 1910, salvo el sector de sanitarios, que funcionó como obrador. Acompañando el crecimiento de su familia y sus estudios en la Universidad Tecnológica Nacional, Antonino asumió el desafío técnico y humano de llevar adelante una obra de gran envergadura.

“Nuestra experiencia eran las casas de familia, pero eso jugó a favor: nuestros obreros trabajaban con una precisión y un nivel de detalle que luego se tradujeron en espacios escolares funcionales, duraderos y pensados como si fueran para sus propios hijos”, explica.

El nuevo edificio, de dos plantas, incluía un salón de actos con cúpula vidriada y un patio cubierto, resultado de sugerencias personales del vicegobernador Blanc. “Él vivía justo enfrente de la Escuela y su esposa, Selva, era la vicedirectora. Nos brindaron su casa para hospedar a los obreros y se aseguraron de que no nos faltara nada”, cuenta Bellummia. Hoy, ese edificio sigue siendo referencia para tres niveles educativos, y símbolo del compromiso entre gestión pública y esfuerzo privado.

Pero no fue la única obra. Poco antes de la finalización del edificio escolar, la misma empresa ganó otra licitación clave: la del camping municipal de Santa Elena, que con el tiempo se transformaría en una carta de presentación para la localidad y uno de sus espacios turísticos más reconocidos en el norte entrerriano.

Sin embargo, no todo fue sencillo. En 1976, el golpe militar interrumpió el mandato de Blanc, que fue encarcelado. A pesar de este contexto difícil, las obras continuaron. “Santa Elena nos dio trabajo, pero sobre todo nos dejó recuerdos imborrables de personas cálidas, con ganas de salir adelante”, resume Antonino.

Con el tiempo, la empresa cambió su nombre a “Antonino Bellummia”, por pedido expreso de Giovanni, que se retiró hacia 1992. Hoy la firma sigue vigente en manos de sus nietos, Alejandro y Franco, ambos arquitectos. Giovanni falleció en 2004. María, su esposa, había fallecido en 1979, cuatro años después de haber podido regresar juntos a Italia para reencontrarse con los frutales y el rosal que dejaron atrás.

Antonino, hoy con 77 años, sigue activo. “Me gusta estar en movimiento. Sigo en contacto con los obreros, ayudo en lo que puedo”, dice mientras repasa fotos de su padre como veterano de guerra, su viaje en barco, las postales de obras icónicas como la Sociedad Española de Paraná y, por supuesto, la Escuela Azopardo.

La obra cambió por completo el servicio educativo brindado a niños y adolescentes. De abastecerse con la única canilla pública barrial y enfrentar condiciones de hacinamiento, la Escuela pasó a contar con modernas instalaciones y servicios. Décadas después, ese edificio sigue siendo escenario de crecimiento: se ha perfeccionado y ampliado la propuesta pedagógica, consolidándose como institución NINA y ofreciendo un espacio de contención, formación y oportunidades para más de un centenar de estudiantes de Santa Elena.

Pueblo, empresa y familia crecieron pese a los vaivenes del tiempo. Cada ladrillo, cada plano, cada recuerdo construido con esfuerzo es parte de una historia que sigue en movimiento. Santa Elena avanza, y lo hace también gracias a quienes decidieron quedarse, trabajar y dejar algo más que obras: un legado, una historia y la satisfacción del deber cumplido. Un poco de todo eso mezcla Antonino en el café que le ofrece a El Telégrafo de Entre Ríos antes de despedirnos igual de amable y sonriente.

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