Criollas, religiosas y educadoras: el legado de las Hermanas Antonianas

La llegada de las Hermanas de San Antonio de Padua en 1952 marcó un antes y un después en la historia de Santa Elena. Su presencia durante 66 años dejó huellas en la educación, la fe y la vida comunitaria de todos

Por Vicente Suárez Wollert

En 1952 Santa Elena comenzaba a afirmarse como ciudad con instituciones propias: un intendente, un cura, un hospital y una escuela. Ese mismo año, el sacerdote Fidel Alberto Olivera tuvo una intuición que marcaría la vida de generaciones: convocar a una comunidad de monjas para llevar adelante una obra educativa con impronta eclesiástica. No eligió a cualquier congregación, sino a las Hermanas de San Antonio de Padua, una comunidad criolla, de las primeras surgidas en Argentina, fundada en Mercedes —Buenos Aires— por Antonia Cerini a fines del siglo XIX.

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