El verano es la estación más propicia para la aventura y tirar los anzuelos forma parte de ello. Un grupo de (no tan) jóvenes se lanzó en busca de algunos consejos para atrapar al tan esquivo y preciado rey del río
Por César Luis Penna – Crónicas de un heavy metal
Cierta vez en un verano donde la lluvia solo se la veía por televisión, salimos con “la brigada B” (como la bautizara uno de los compañeros evocando a los Simuladores) a pescar. El lugar era un arroyo entrerriano donde en el camino podríamos encontrarnos con algunas mansiones disimuladas y un sendero sinuoso que era intransitable en días de lluvia. Cuando elegimos el lugar nos instalamos sobre una barranca que se plantaba sobre el agua para resguardar el tímido cauce. Con todo el cuidado nos distribuimos por la orilla para no molestarnos. Cuando nos descuidamos nuestro líder ”Embu” (abreviatura de embutido) había desaparecido, nadie salió corriendo, solo seguimos intentando pescar. Escuchábamos saltar cosas, pero no veíamos nada y ni sacábamos nada tampoco. Al rato Embu volvió y nos dijo:
–Eu, me encontré con unos locos que están un poco más allá y me dijeron de alguien que tiene la posta sobre pescar dorados; está acá no más… ¡Vamos!
Juntamos las cosas y nos dispusimos a caminar, llegamos a un punto que el arroyo daba un saltito…
–Por ahí hay que cruzar.
–¿Pero crees que somos Aquaman? mira que somos medio bagres, pero es distinto amigo… ¡Déjalo para otro día!
–¡Pero no sean cagones! en esta parte esta re bajo, me dijeron, ¡vamos!
El “guía” entró primero, el agua le llegaba a la cintura; claro, él no tenía problema con sus dos metros, pero a nosotros nos llegaba al pecho y nos costaba. Parecía una escena del Señor de los Anillos o el Hobbit.
Cruzamos a duras penas pero seguimos paso firme. Dimos varias vueltas hasta que finalmente llegamos a un recodo y había un tipo bajo un árbol, con un vaso en la mano que olía a vino a 50 metros, en la otra tenía una caña y entre sus dedos un cigarro oscuro que olía a pasto húmedo, parecía que estaba sahumando la costa.
Cuando estábamos cerca, Embu le dijo:
–Disculpe, ¿usted es “El pescador de Dorados”?
–Efetivamente –nos dijo sin mirarnos siquiera.
–Buenas, venimos por algunos consejos porque se nos hace esquivo el preciado…
–Bueno, en principio necesito combustible, después hablamos.
–Justo tenemos un tinto –dijo nuestro compañero. Nosotros lo miramos con cara de “IT” pero no podíamos hacer nada.
El tipo dio un par de pitadas al armado de pasto y nos habló sin mirarnos, solo tenía la vista fija en el agua.
–Miren… la cosa es así, acá solamente hay crías, porque acá fluye mucho y para los chiquitines está bien, pero el Dorado grande necesita un gran caudal de agua. Es un misil dentro del agua, se esconde y ataca. Esto es un arroyo y de vez en cuando suben un par, dejan las crías y desaparecen como los salmones.
Lo mirábamos con asombro, curiosidad y algo de incredulidad.
–Durante la primavera y el verano buscan, por lo general, cosas vivas, carnadas grandes porque hay más movimiento en el agua. Cuando hace frío lo sacas más con señuelo.
–Pero… ¿Con qué específicamente? –preguntó nuestro compañero que lagrimeaba mientras veía su vino desaparecer en las fauces del Pescador.
–Con cualquier pescado que sea más chico que él, los amarillitos, las morenitas o los cascaruditos… aunque ahí se pelearían con los surubies. Fijense que ellos están donde la corriente es fuerte, porque los bichos necesitan respirar. Pero presten atención a algo: hay lugares minados de ratas y suelen desaparecer en sus fauces, mientras ellas buscan otro lugar nadando de una orilla a la otra. Un compadre mío me juró que una vez sacó uno tan grande que parecía que tenía un perro adentro pero no, eran esos bichos, y una vuelta yo saqué un dorado con otro adentro más chico, ¡Entero lo había tragau! ¡Pueden creer!
-Y… ¿Usted qué hace por acá si acá no sale nada?
–Alguien tiene que alimentar a los chiquitines, además por acá no anda nadie y eso lo transforma en un paraíso, solo falta el combustible a mano no más. ¿Necesitan algo más muchachos?
–¿Hay un tipo de anzuelo o caña para pescarlo? –le pregunté solo para evitar ese bache producido por la nube de pasto quemado que salía de esa figura quemada por el sol que ya nos miraba fijamente.
–Caña, línea, lanza (dependiendo de la claridad del agua), pero si o si necesitan algo para sacarlo una vez que lo tengan cerca porque suelen escaparse, son vivos los bichos y tienen mucha fuerza.
–Bueno, gracias señor –le dijimos sonriendo y casi al unísono.
–De nada, no sé por dónde vinieron, pero más allá hay un puentecito.
Rumbo al puente marchamos sin voltear atrás, no fuera a ser que hubiéramos hablado con una aparición. Volvimos a donde estábamos inicialmente y armamos todo ya con la conciencia y el conocimientoque teníamos en frente.
La primera pesca del día fueron cangrejos que se negaban a largar la carnada. Una vez en tierra eran como arañas marrones con pinzas. Una patada y al agua directamente. Mientras tanto Embu llenaba un botellón con mojarritas, era tan raro de ver que me puse al lado con la misma carnada y no saque una.
Al rato nuestro capitán rompió el silencio de radio y dijo…
–Yo sé dónde vamos a poder pescar varios dorados.
Solo dijo eso como si fuera un pensamiento en voz alta, nos miramos sin decir nada para que complete la idea, pero no lo hizo. Bajo el sol, nos volvimos tomando unos mates, charlando de muchas cosas, pero nada de lo vivido en el arroyo.
Esa fue la última vez que vimos a nuestro compañero, algunos dicen que se cansó de sacar dorados y se fue a vivir a otro país con lo ganado, otros dicen que en su pesca en solitario se encontró con el Pescador de Dorados y los dos aún hoy siguen pescando y buscando el mítico “Dorado negro” del Amazonas.
