Amigos de verano y todo el año

Son como hermanos, compañeros de aventuras y consejeros. Están cuando hace falta una mano o cuando la desgracia nos golpea.  Previo a la era del celular, un grupo de adolescentes trenzaron varias andanzas

Por César Luis Penna – Crónicas de un heavy metal

En todas las películas de terror siempre hay un grupo de amigos que poco a poco va disminuyendo su número. Estudios de universidades dicen que el primero en morir siempre es un negro, aunque la vida real está lejos de la ficción y suele ser a la inversa.  

Muchos coleccionamos amigos desde el jardín de infantes, o desde la secundaria. Por ahí hay un Diego, un Martín, una Clari, un Lisandro, un Antonio, tres o cuatro Pablos;  dos, tres Lucas, seis Marías, tres Danielas, dos Andreas, tres Lauras, dos Eugenias… Cuyos nombres jamás son mencionados completos porque para eso están los diminutivos y los sobrenombres que mutan con el pasar de los años. 

El periodo donde fluye la amistad como manantial es durante la secundaria, muchos podrán contar historias de peleas, juegos, bromas pesadas, excursiones al río, al monte o viajes. Cuando los noventa recién marchaban, en unas de las escuelas periféricas de a poco se iba armando un pequeño grupo conformado por un Gordo, Flaco uno y Flaco dos, un Negro y un Ruso. Todos hijos de trabajadores medio vagos pero responsables cuando el momento se los pedía. Ninguno negaba su sobrenombre porque se sabía que era de cariño y nunca se usaban de forma despectiva. Solo dos de ellos tenían bicicletas así es que sus actividades mayormente las realizaban a pie. 

Gracias a un par llamado Agusto consiguieron lo que sería la base de esa amistad: un cassette de Hermética. Al poco tiempo el padre del Gordo, que era chofer de larga distancia, consiguió el “Black Album de Metallica”, esos dos se volvieron transparentes de tanto que lo escuchaban. Se juntaban a tomar mates hablar de Los expedientes (x- Files), y de los videos de MTV o el Much Music, o tan solo escuchar un programa de radio de metal que se transmitía por FM Stop llamado “Dont´stop”, o Zona de Nadie desde Santa Fe. Todas las semanas alguien pagaba las galletitas de agua o los bizcochos para el mate, el acompañamiento era lo de menos, ellos solo querían compartir unos cigarrillos y unas charlas.   

El cigarrillo era el fiel compañero de muchos de ellos, era la herramienta con la que exterminaban la amargura, la ansiedad, la soledad que les tocaba vivir, o ese sentimiento de no entender porqué les pasaba a ellos “eso”. Con el descubrimiento de la cerveza encontraron un potenciador de su amistad, todo se podía contar con vaso en mano. Una tarde de verano estaban tomando unos mates y uno de ellos comenzó a querer generar una guerra de bombuchas, el tema era que él era el único que tenía la posibilidad de hacerlo. Los otros no querían y no contaban con el armamento necesario. El más oscuro consideró gracioso tirarle agua a sus compañeros haciendo rebotar el artefacto acuoso en el techo. Uno que estaba más alejado le advirtió que no siguiera porque Flaco dos lo iba a surtir. Lo hizo de todas maneras… y salió corriendo por el territorio que hoy es la Plaza de las Mujeres Entrerrianas. El Flaco lo perseguía y los otros se reían mientras tomaban mate. El perseguido entró en una trampa de barro de aguas negras y el perseguidor saltó… cuando escuchó: “Para que…” era tarde. Era un tigre sobre su presa después de varios golpes llegaron sus compañeros y los sacaron de ahí. Los dos quedaron con un olor inmundo pero uno aprendió sobre los límites y el otro a que la venganza es un plato delicioso que se come frío. 

Aun así nada los separaba porque por ese entonces entendían que la amistad tiene esas cosas. Con el pasar del tiempo comenzaron a pasar las fiestas juntos, como para brindar al menos. El Negro un día compró una caja entera de petacas variadas. En donde se reunían no había televisión ni mucho menos teléfonos celulares, solo charlaban de aventuras que le habían sucedido a lo largo del año. Los personajitos comenzaron a tomar las botellitas, el Gordo las tomaba como agua, el que compró la caja solo tomó café al coñac un par de tragos y nada más,  los flacos tomaban moderadamente porque conocían sus límites. Cuando llegó el momento de irse el Gordo era como una pelota de rugby y no había forma de que quedara firme. Todos se reían y el muchacho repetía: “Ahora llego, me baño y se me pasa” (con todas las palabras chocadas). Los compañeros lo llevaron hasta la puerta de su casa y se retiraron cada uno a la suya riendo todo el camino. Cuando se despertaron al otro día, todos se preguntaron por el amigo. Una semana después les contó lo sucedido… Muchas veces le había funcionado bañarse y acostarse así la madre nunca se daba cuenta de que fumaba y tomaba como un hombre de setenta años. La noche en cuestión fue al baño, comenzó a bañarse, y se durmió en la ducha. Cuando se levantó el padre lo vio ahí y casi le da un infarto. “Andá a dormir antes que tu madre te vea”, le dijo. Pero las madres lo saben todo; y ya sabía. Desde entonces, los amigos siguieron juntándose a beber pero moderadamente entre risas.        

Pero el tiempo los separó y formó nuevos grupos. Diego, Martín, Clarisa, Gozalo y Flaco dos eran todos ex-compañeros de la escuela primaria. En una juntada varios llevaron a sus parejas e invitaron a otros compañeros de escuela y todos aportaron algo a la comida que era colectiva. Marcos había dicho que llevaba el postre, todos se habían aprontado para una torta helada, o un par de kilos de helado mínimamente… llevó para compartir unas frutillas con crema y por supuesto que no tenía mucha idea de batir y la cosa no salió y terminaron comiendo frutillas solas. En ese momento Marcos empezó a molestar a Diego con chistes desubicados que la mayoría festejaba. Como buen descendiente de alemanes planificó una venganza in situ. Antes de retirarse con su pareja le dejó algo en el vaso de su compañero y se fue sonriente como buen alquimista. Quienes se quedaron no vieron nada y solo lo saludaron y se quedaron charlando de la vida. Marcos no paraba de hablar, estuvo más de una hora así hasta que se retiró al baño y nadie se acordó más de él. A la semana siguiente algunos se reencontraron para tomar unos mates y charlar. Resultó ser que el dueño de casa encontró a Marcos durmiendo en el baño y lo había dejado ahí hasta el otro día. Cuando su padre volvió y le dijo: “¡Acá se te olvidó un soldado hijo!”. 

Los personajes crecieron como no muestran en las películas y fueron perdiendo a sus familiares. Todos se acompañaron en sus peores momentos dándose fuerza siempre y recordando cuando Diego se durmió en un cumpleaños, cuando pintaron el interior de una casa con los colores errados con Flaco dos, cuando ayudaron a mudarse a Martín a una casa con pileta y nadie pudo meter ni los pies en el agua salvo él, o cuando la pareja de Clari descuidadamente le tiraba humo a una amiga de ella con asma, o como se encremaba sospechosamente el alquimista para ir a trabajar. Todos tenían siempre algo que contar, porque también a veces eran las chismosas del barrio.