La resistencia de la risa

Por Martín Acevedo

El tedio supo ganarse un lugar respetado en el ambiente cultural argentino e internacional. Ya Jorge Luis Borges y José Pablo Feinmann, pensadores que nadie tomaría por simples, nos advertían, en su tiempo, sobre el prestigio que esta cualidad exhibía. El aburrimiento y la impostura de solemnidad oficiaban como carta de presentación de aquellas personas cuyo deseo de decir superaba con creces lo que tenían por decir.

Esta estrategia para ganarse un puesto entre los distintos círculos con aspiraciones intelectualoides ya quedó obsoleta. No porque haya perdido efectividad para llegar a salones, comedores sobre todo, con olor a naftalina, sino porque hoy la cultura es asediada y esos espacios penden muy cerca de la insignificancia. De todas maneras, su poder de daño es aún mayor. La asociación entre conocimiento y aburrimiento resulta funcional al culto a la ignorancia, concepto acuñado por Isaac Asimov, que desarrollamos en columnas anteriores. Deja el entretenimiento y el placer en el campo de lo banal y superficial. 

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