La Iglesia Nueva, construida en la década de 1990, fue levantada con el aporte de la comunidad. Con una campaña de donativos buscan recuperarla para las fiestas patronales de agosto. Un símbolo de identidad
Por Vicente Suárez Wollert
El 18 de agosto de 1984 marcó un hito en la historia de Santa Elena. Ese día, en un terreno que parecía apenas un sueño en tierra, se colocó la Piedra Fundamental de lo que más tarde sería conocido como la Iglesia Nueva, un proyecto que iba a trascender lo arquitectónico para transformarse en un verdadero símbolo de la identidad local. Hoy, cuatro décadas después, el templo no solo se erige como espacio de oración, sino también como testimonio de una comunidad que, atravesada por crisis, transformaciones y esperanza, encontró en la fe un pilar para resistir y reconstruirse.
La colocación de esa piedra coincidió con una época de grandes cambios y tensiones en Santa Elena. Desde 1972, la ciudad vivía una transición estructural profunda: la histórica planta fabril, operada durante décadas por capitales británicos, pasaba lentamente a manos nacionales, estatales primero, privadas después. Este proceso, cargado de incertidumbre, culminaría de forma abrupta y dolorosa en 1992 con el cierre definitivo de la fábrica. Aquel hecho no solo significó el fin de una era industrial, sino que dejó a cientos de familias sin sustento, generando una crisis económica, social y política que marcó a fuego a varias generaciones.

En ese contexto adverso, comenzó a tomar forma la idea de construir un nuevo templo. El impulsor de la obra fue el entonces párroco, el padre Luis Antonio But (1933–2024), quien acababa de suceder al primer párroco de la ciudad, el recordado padre Fidel Alberto Olivera (1915–1983). Ambos sacerdotes fueron figuras centrales para la historia eclesial y social de Santa Elena. No se limitaron a ejercer tareas pastorales, sino que acompañaron las luchas, las alegrías y los dolores del pueblo, involucrándose activamente en el entramado comunitario.
El 21 de abril de 1999, tras años de trabajo sostenido, de aportes voluntarios y de fe inquebrantable, se trasladó la imagen de Santa Elena —patrona y titular del templo— desde la antigua capilla hacia la nueva iglesia. Ese día, con una multitud que colmaba las calles, se realizó la dedicación del templo y su altar, un rito solemne que consagra un edificio como sagrado. La emoción era palpable: no se trataba solo de inaugurar un edificio, sino de consagrar un espacio conquistado a fuerza de esperanza y esfuerzo colectivo.
Refugio emocional
Diseñada en forma de cruz latina, la iglesia fue pensada desde su concepción como un espacio que reflejara la identidad del pueblo. En sus ventanales y naves aparece el número 18, considerado por muchos como un número cabalístico y protector. Bajo el altar, una laja rectangular gris conecta espiritualmente la historia local con el pasado jesuítico: se trata de una piedra del antiguo oratorio que la orden construyó en tiempos coloniales, y que fue legado luego a Gregoria Pérez de Denis, figura clave en la historia de la región.
Durante los años más duros de la crisis industrial, el templo —aún en obra— se convirtió en un refugio emocional. Mientras llegaban los telegramas de despido a los hogares obreros, muchos vecinos buscaban consuelo en la iglesia. Se recuerdan misas multitudinarias, procesiones por las calles polvorientas, y gestos inolvidables del padre But: como el abrazo simbólico al predio fabril, o las ollas populares que organizó junto a vecinas del barrio para alimentar a quienes más lo necesitaban. “La fe sin obras es fe muerta”, solía decir. Y lo demostró con acciones concretas.
La fe con obras
El templo, uno de los más modernos de Entre Ríos, se distingue por su arquitectura sobria, con influencias de construcciones suizas y alemanas, que el propio But conoció durante su formación. En su nave central, un trabajo de mosaiquismo refleja escenas de la vida cotidiana en Santa Elena: pescadores, maestras, obreros, niños, celebraciones populares. Con el paso del tiempo, se sumaron espacios funcionales como oficinas administrativas, sacristía, sala de reuniones, confesionarios, una capilla de adoración perpetua y una nueva pila bautismal.
Un capítulo especial merece la historia de los llamados “Albañiles de Cristo”. Fueron trabajadores, en su mayoría operarios de la fábrica o vecinos con oficios, que ofrecieron no solo su tiempo y su fuerza laboral, sino también un “diezmo del diezmo”: un pequeño porcentaje de sus ingresos que se destinaba a financiar la obra. Este gesto fue documentado en placas de yeso con sus nombres, colocadas bajo la imagen de la santa patrona. Aunque muchas se han deteriorado con los años, otras aún permanecen, como homenaje silencioso a esa fe hecha concreto y ladrillo.

Es el momento de ayudar
Pero el tiempo también deja su huella. La iglesia hoy muestra señales visibles de deterioro: humedad en los muros, goteras, filtraciones, daños estructurales. La escultura que corona la cúspide del templo, una imagen de Santa Elena de 750 kilos realizada por el escultor chaqueño Antonio Seiler, necesita intervención urgente. Lo mismo ocurre con canaletas, ladrillos y losas del frente del edificio. Por eso, se ha lanzado un ambicioso plan de restauración, que busca no solo reparar lo dañado, sino también preservar el valor simbólico y patrimonial del templo para las futuras generaciones.
“El arreglo de la parte exterior representa una inversión de aproximadamente 30 millones de pesos”, explica el actual párroco, padre David Hergenreder, quien junto a una comisión de fieles lidera la campaña.
“Es la obra más importante desde la inauguración del templo en 1999. No se trata solo de reparar un edificio, sino de cuidar un legado”, agrega. El municipio local, reconociendo la importancia del proyecto, se comprometió a brindar alojamiento para los obreros durante la obra.
La campaña de recaudación está abierta. Quienes deseen colaborar pueden hacerlo mediante transferencia al alias parroquiase, o por billetera virtual a nombre del padre David Hergenreder.
También es posible acercar donaciones en efectivo a la Secretaría Parroquial, ubicada en calle Nueve de Julio, entre Maximiliano Viana y Avenida Presidente Perón, de lunes a viernes de 8 a 12 horas.
A 40 años de aquella piedra fundacional, la Iglesia Nueva de Santa Elena sigue siendo más que una construcción de ladrillos. Es un lugar donde se cruzan la memoria y la esperanza, el dolor y la celebración. Un testimonio vivo de cómo, incluso en los momentos más oscuros, una comunidad puede encontrar en la fe no solo un refugio, sino también la fuerza para seguir adelante.

