Las mil y una citas de un heavy con apps para el encuentro

Nuestros antepasados han tenido mucha cancha y labia para dar con la pareja adecuada y la conquista parecía una danza en la que uno proponía y el otro aceptaba. Hoy la tecnología cruza nuestra existencia

Por César Luis Penna

Según el sitio digital Statista un poco más de 595 millones de personas utilizan las apps de citas, dentro de ellas Tinder es una de las líderes. El 75% de sus usuarios son hombres, con un 45% en una franja etaria de 25 a 35 años. Al parecer todos los solteros hemos pasado por ahí al menos una vez (y hemos hablado con un robot, por lo que muestran los números). A la fecha existen muchos más y hasta el Facebook tiene una sección para el encuentro al que muchos lo llaman el “agujero negro”. 

Sin embargo, están aquellos que por el contrario parecen ser los buitres de fiestas y bailes, que sobrevuelan durante los fines de semana: tango, cumbia y folklore; se conocen cada reducto de jolgorio para enganchar algo. Están también los del gym que se los ve desde lejos hablándole a las chicas haciendo pose, ellas solo siguen con su actividad sin darles importancia, pero ellos siempre vuelven. Los que no tienen problemas son los adolescentes, quienes carecen de esa barrera inhibitoria que tenemos la gente adulta. Ellos salen al parque o a la plaza y enseguida se integran con cualquier grupo y hacen amistad. Cuando fui uno de ellos era un caradura, solo arrancaba con un “Hola, ¿cómo están?” y no necesitaba nada más. Pero cuando se deja de tener contacto con la gente ya sea de la facultad, del trabajo, de la escuela, del club o el gimnasio, la única salida posible para conocer personas pareciera ser con estas aplicaciones.

Encerrado en sí mismo

Los años de trabajo me llevaron a encerrarme en mi interior, solo mirando la gente ir y venir, sin darle importancia a nada más que a mi bienestar y mi laburo. En una ronda laboral mis compañeros me hablaron de la famosa app y un día probé. Una vez bajada “la cuestión” lo siguiente era la configuración de la misma: tantos datos piden que uno se ve envuelto en apuros y termina poniendo como nick su propio nombre (un error que descubriría muchos años después). En estas apps la imagen es lo esencial y la primera foto es fundamental, al contrario de lo que le dijo el Zorro al Principito. Busqué una foto más o menos y la puse. Llené los demás requisitos y arranqué. No sabiendo qué hacía, en una de las opciones hice click en: “Todos”. Dos días después tenía muchos me gusta y parecía que la cosa funcionaba lo más bien, pero el tema era que todos eran de mí mismo género y para mayor contrariedad a muchos los conocía. Cuando revisé ese ajuste, le di tres vueltas a las candidatas y finalmente comencé también a darle like a los paisajes: raramente hice mach con uno de ellos. 

Una cita con un paisaje

¿Podría tener una cita con un paisaje? Al parecer sí se podía, charlé unos días con “Montañita” y salí rumbo a la ciudad vecina en el viejo fluviales. Cuando iba llegando pensaba que si bien tenía el teléfono no sabía nada de mi cita y podría ser una trampa. Por las dudas quedamos en encontrarnos en un bar muy concurrido y mi idea hasta ese momento era al menos charlar con alguien. Nos sentamos en una de las últimas mesas y le propuse pedir algo para comer. Las opciones eran pizza, hamburguesas o papas. Yo venía de una jornada de trabajo doble y tenía más hambre que el Chavo. Ella eligió papas, porque carbohidratos no comía (ese comentario particular me recordaba algo, pero no sabía de quién ni dónde). Intentamos hablar, pero justo había un recital y no se escuchaba nada, solo seguía el ritmo de la música con leves movimientos del cuello, en clara señal para que espere a que deje de sonar la banda para poder charlar porque era imposible. Para mi mayor suerte entendió perfectamente. Vinieron las papas y me di cuenta que era para cuatro personas más o menos, habrán sido como tres kilos. Al principio fue finger food, pero gracias a Dios llegó la moza con una cerveza y unos tenedores. Ella tampoco bebía por lo que para la mitad de la botella casi la invito a bailar un tema de Rata Blanca mientras la mujer tomaba su agua saborizada. Claro que le metí una risa para disimular lo que pensaba porque estaba rojo como un semáforo.  

En la charla salió que los dos militábamos en agrupaciones diferentes en nuestras carreras, y en un momento de la historia estuvimos casi en el mismo lugar con intenciones diferentes: ella quería escapar de los negros-rojos que estaban afuera, yo era uno de ellos y estaba con una bolsa con huevos listo para tirarle a cualquiera. Montañita estudió Derecho y en ese momento trabajaba en el Estado. Me mordía la lengua para no decir nada, pero siempre odié a los acomodados por los partidos políticos en los puestos del Estado, pero ella se ocupaba de una tarea muy noble. Para casi la mitad de la noche ya nos llevábamos bien y salimos a fumar un poco. En un momento, Montanita me tiró la famosa frase: “Está fresco acá” y ahí justo cayó Don abrazón. Ahí mismo me contó de sus asuntos familiares y les conté los míos. Pero me pasó como a todos los princesos y se me terminó el tiempo. 

Un transporte que se va

Se me iba el colectivo y me ofreció quedarme en su casa porque tenía una habitación disponible que habitualmente la alquilaba. Ahí nos quedamos fumando, tomando unas latas de cerveza, tranquilos sin que nadie nos molestara. Hicimos cosas que ninguno había previsto y luego traté de dormir, pero los mosquitos de Santa Fe parecían helicópteros, tenía algún temor de que esos bichos me llevaran por la ventana. Ella solo durmió plácidamente. Ni bien amaneció me abrió la puerta y un pico puso el sello final al encuentro. 

Pero las “T aventuras” no terminaron ahí… porque a Montañita no la vi nunca más, a la semana hice otro mach con una mami del lugar donde trabajaba. Le veía cara conocida pero no recordaba de dónde. Antes de encontrarnos me llamó para que coordinemos el vestuario. Llegó un punto que le dije: “¡Parecemos dos minas!, vestite como te guste y nos encontramos”, le pareció fantástico. Fuimos frente a la terminal a un lindo bar que estaba allí. Esa vez era mi terreno y nada temía, pero sí tenía una sensación rara que me alertaba y me decía ¡¡No!! Estuvimos charlando, pedimos una pizza y un par de cervezas que venían con pochoclo. Mientras esperábamos encontramos un enemigo en común que juré que si me lo cruzaba lo colgaría de una reja como una mochila. Me contó sobre su trabajo y por un momento ya estaba rajando del lugar. Era como una “viuda gris”, porque no envenenó nunca a nadie, pero atraía gente a través de la app para venderle sesiones de masajes. Muy cuestionable todo. Sentía unas ganas gigantes de irme cuanto antes, pero traté de llevar el encuentro con dignidad. La acompañé a su casa en un remís y con el partido perdido, porque a mí no me sacan ni caspa, nos despedimos de lejos con el clásico “¡Nos vemos! ¡Avisame cuando llegues!”. 

La misma piedra, el mismo pie

Pero somos nosotros quienes tropezamos con la misma piedra una y otra vez. Otro mach me llevó de nuevo a cruzar el charco. Con todas las ilusiones fui una tarde solo porque me había gustado la foto y era de mi onda musical. En esa época era tan flaco que si el viento era fuerte no salía de casa porque no podía caminar. El colectivo llegó a la terminal y fui a su encuentro, ella me esperaba allí. Cuando la vi, di media vuelta y me volví a sentar otra vez para regresar a Paraná de inmediato. Un minuto después razoné: “¡No puedo ser tan malo!”. Así que me levanté, me acerqué a ella y la saludé. Nos fuimos a dar unas vueltas por el centro que mucho no lo conocía. Cuando ya volvía me traje unos alfajores santafesinos como para llevarme al menos algo positivo del encuentro. Tres veces más me sucedió algo similar, en una me traje una bandera argentina, en otra justo conseguí un libro que me faltaba, en otra me fui solo a recorrer “el Balbi de ellos” que era más grande y tenía más opciones de ropa. Algo positivo siempre me traje. 

En nuestra tierra  

Pero las “T aventuras” no terminaban, y por dejarme llevar por una imagen y un nombre falso siempre caía en algo. Una cita más me llevó a mi ciudad, el lugar era un lindo bar transcurrido y céntrico. La chica también era de mi género musical por lo que teníamos muchas cosas en común. Pedí una pizza y una cerveza grande. Cuando íbamos por la segunda, yo ya estaba hecho medio una babosa, pero me di cuenta que miraba mucho el celular. 

–¿Chequeas mucho las redes? –le pregunté con una inocencia que ni Pinocho tenía.          

–No, le cuento a mi novio que vive en otra ciudad para que se ponga las pilas y salgamos así, y le cuento de vos. 

En ese momento creo que me puse blanco. Me fui al baño y de pasó miré las posibles vías de escape. El baño era diminuto, no tenía ventanas y la única puerta estaba junto a la mesa. Como huir quedaba para el traste, fingí normalidad y me quedé un rato más. Gracias al pretexto del colectivo se terminó la cita. Ella estaba intacta después de tres cervezas, yo era una bolsa llevada por las brisas de la noche. 

Numerología

Este tipo de apps recaudan por año algo así como 6.180 mil millones de dólares (números del 2024) y como ha quedado registrado en la historia muchos las usan para robar a las personas, abusarlas o asesinarlas. Hay quienes las usan como si fuera el Mario Bros, otras para promocionarse y algunas para vender algo. Son apps de citas, no son redes sociales donde se intercambia algo, donde se termina conociendo a las personas, donde se comparten muchas cosas a veces sin esperar nada a cambio.

 Son apps de engaño, en las que los participantes usan tanto filtro que terminan por desconocerse, en las que se juzga la apariencia por sobre todas las cosas; lo que no quita que muchas familias modernas hayan comenzado gracias a lugares como estos. Son las nuevas tecnologías las que nos llevan a conocer a las personas correctas… pero esa sí que es otra historia.