¿Cómo fue la votación para personas con discapacidad visual?

El paso a paso para ejercer el derecho al voto con un sistema poco accesible y la sensación de victoria al demostrarles autonomía

Por Camila Gomez

Antes del mediodía, llegué a la escuela N° 190, Gelabert y Crespo, en la zona de avenida de las Américas y Pronunciamiento de Paraná. Tuve la suerte de coincidir en la mesa de votación con mi papá, así que llegué tranquila.

El bastón blanco es mi forma de habitar el mundo, parte de lo que soy. Con él, mi andar es seguro y autónomo, identifica la discapacidad visual y brinda información del entorno.

Ya conocía la escuela, desde mis 18 años voto ahí. Sin embargo, fue la primera vez que lo hacía siendo una persona con discapacidad… Fue un largo proceso de aceptación, de médicos, de acompañamiento y aprendizaje (varias crónicas en este medio dieron cuenta de ello).

Para agilizar la marcha, llegué a la mesa junto a mi papá utilizando lo que se conoce como técnica de guía vidente: la persona que ve se ubica un paso por delante de quien tiene una discapacidad visual, que apoya su mano sobre el hombro del guía. El movimiento del cuerpo permite anticipar los escalones, y muchas veces quien acompaña informa hacia dónde girar o si el trayecto continúa en línea recta.

A diferencia de votaciones anteriores en el pasillo de la escuela, las mesas con las autoridades estaban dentro de las aulas. Ingresé y me preguntaron si quien me acompañaba sería quien asista el voto.

“No, solamente votamos en la misma mesa. Yo puedo sola”, expliqué a la presidenta. “Pero necesito que me diga dónde está el punto de votación”, agregué.

La mujer indicó que estaba a mi derecha, cerca de la pared. En el aula había dos cubículos de votación. “¿Sabe cómo votar?”, insistió.

Claro que sabía. Soy estudiante del trayecto para adultos en la escuela integral Helen Keller. Allí habíamos practicado la votación, ya que es un cambio en el sistema. Confeccionaron una plantilla con huecos en los casilleros para poder marcar el voto y, con indicaciones táctiles como marcas de doblado o recortes en el extremo inferior, sabía que al hacer coincidir el extremo con la boleta, estaría ubicada la plantilla con los casilleros listos para seleccionar sin salir del margen.

Ya en el box, era importante la organización espacial. Era un pupitre. En el medio estaba la boleta, a mi derecha deje el bastón plegado y a mi izquierda la birome.

Apoyé la plantilla sobre la boleta y pasé encima la palma de mi mano para sentir los troqueles y contar las columnas y filas. Una vez lista, apoyé la mano izquierda para sostener la plantilla en su lugar y con la derecha tomé la birome. Para asegurarme que la marca sea correcta, hice una cruz, yendo de extremo a extremo, en diagonal, dentro del pequeño cuadrado hallado con mi dedo índice.

Todo esto implicó más tiempo que al resto de los votantes. Mientras doblaba la boleta, la presidenta de mesa preguntó: “¿Podés sola? Si no entro yo o tu familiar”. Le respondí que sí, que estaba doblando la boleta.

Luego, con el bastón desplegado, salí del punto de votación para dirigirme a la mesa. Con las manos ubiqué la urna y la ranura para meter la boleta.

“Firmá acá”, indicó la mujer.

No supe a qué “acá” se refería porque no podía verla.

“¿Me facilitarías la firma con la plantilla para eso, por favor?”, le pedí tranquila.

Ella respondió: “Perdón, soy una bruta”, puso la plantilla y dejó que mi mano encuentre el espacio para firmar.

Devolvió el DNI y le deseé una buena jornada.

Decidí no usar el punto de votación accesible, disponible para personas con discapacidad, movilidad reducida y adultos mayores, porque con el bastón podía desplazarme, pude esperar mi turno en la fila y, con las técnicas aprendidas, ejercer mi derecho al voto.

No hubo mala intención, a veces las personas pecan por ignorancia. Deseo que para las próximas elecciones las maneras de votar para personas con discapacidad visual sean garantizadas por el Estado, no por el ingenio de un grupo de docentes (a los que, de corazón, agradezco).

Todo se resuelve preguntando.