Ser o tener: discapacidad, derechos y manos que ayudan

Una persona con baja visión, pedidos que no se oyen y sistemas que no son accesibles. Otra crónica para abordar la belleza de lo simple y la necesidad de empatía.  Un nuevo camino que se abre paso a paso

Camila Gomez

En la misma puerta de la óptica de calle Cervantes, donde los hermanos contactólogos acompañaron mi crecer, esa mañana me vieron volver a ser una gurisa llena de felicidad. Después de 15 años, pude volver a ver el sol, gracias a una adaptación de los cristales en mis anteojos de uso externo.

Hace años que el sol me lastimaba la córnea, no tengo recuerdos de haber mirado el cielo con la cabeza en alto. Ni el cielo ni lugares con demasiadas luces.

Esa mañana sonreí como nunca, miré maravillada las nubes, las copas de las palmeras. No podía más que agradecer, todos los detalles que hoy puedo recuperar: los destellos de sol sobre el río Paraná, los pájaros volando, la estatua del cóndor en el Rosedal, esa que siempre estuvo ahí y conocí hace días.

Sí, perdí mucha visión en estos últimos meses, comencé a usar el bastón verde (para baja visión), estuve bajo licencia psiquiatrica en mi empleo formal más de tres meses, volví a bailar y duelo de a poco el necesitar dejar un espacio que soñé ocupar. 

Escribo esta crónica con los 30 años recién cumplidos, como otra continuación del Ser o tener discapacidad, con la certeza de que es así, soy una persona con discapacidad visual, pero no es todo lo que soy.

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