Trump y Milei, los muchachos que siempre llegan a fin de mes

Por Pablo Felizia

Nada de lo que digan. Nada de lo que hagan. Expresen lo que expresen en las fotos y en las redes sociales. Hable Milei, el presidente del Tesoro de Estados Unidos, el presidente mismo de los Estados Unidos. Lo presenten como lo quieran presentar, digan lo que quieran decir. Entreguen un préstamo con más o menos ceros, exijan a cambio lo que exijan a cambio. Sea como sea: los que no llegamos a fin de mes, no vamos a llegar a fin de mes. Le dicen modelo económico, pero es un esquema de negocio que armaron y que no pueden sostener. Un gran problema político.
Ni Trump ni Bessent ni Milei ni Caputo saben lo que es entrar al día 20 de cada mes, al día 15, a los primeros 12 y empezar a hacer malabares para poder comer. No tienen ni idea de lo que implica dejar más de la mitad del sueldo en un alquiler. Jamás en sus vidas sacaron un crédito en una financiera para pagar la tarjeta que se usa en el supermercado o para comprar remedios en cuotas. Nunca se despertaron una mañana sin trabajo y vieron llegar a la mañana siguiente y a la siguiente, todas iguales sin un mango. En ningún momento de sus vidas tuvieron que decidir qué merienda darles a sus hijos y que resignar por esa decisión. Ni siquiera vieron a sus abuelos, a sus abuelas, atrapados en la disyuntiva entre comprar un remedio o preparar la cena. Ni se imaginan lo que significa vivir con una discapacidad o acompañar a un familiar que no puede valerse por sí solo a lo largo de la vida.
Y está el dolor por la Patria. Por la letra chica de los acuerdos que no se conocen. Por lo titulares que esconden las verdades. Está Malvinas en los brazos de Inglaterra; la Antártida y el peligro constante de perderla; las bases militares, las pretensiones, sus satélites, el patio trasero. Las tierras en manos de sus personeros como Lewis. La ciencia y la tecnología golpeadas, la industria para la Defensa Nacional desbastada. Las empresas de acá cerca que no venden y despiden trabajadores, que no pagan sueldos o se atrasan. Pueden intentar esconder la realidad, pero se les escapa por todos lados. La cantidad de comercios cerrados en el centro de Paraná, las vidrieras vacías, los precios inalcanzables de aquellas que aún se mantienen en pie.
Es un castillo de naipes que se cae, una mentira que se derrite para mostrar las estafas de la deuda, las coimas y las trampas. Se pueden hacer los gallitos en Twitter, en la televisión, en algunos grandes pobres diarios. Pueden hablar bien, pegar un par de gritos, asegurar que lo mejor está por venir. Hasta pueden mentir y decirlo como si se creyeran la mentira. Nada de eso cambia el tamaño de la libreta de fiados del almacén de mi cuadra.
Si los trabajadores estatales y los docente no ganarán el doble de sus salarios; si las jubilaciones no se van a triplicar; si los presupuestos para las universidades y para la salud pública no van a ser acordes y necesarias; si por el contrario son capaces de gastar 1.100 millones de dólares –de nuestros dólares– en tres días de una plata que ni siquiera se sabe quién se la lleva, el problema no es económico ni financiero.
Ellos sonríen en las fotos. Uno sumiso, pequeño. El otro con el poder que le confieren las armas y la máquina de imprimir dólares. El cuadro de un Twitter no nos da de comer.
Y mientras tanto hay luchas puntuales y generales. Movilizaciones más grandes y más chicas; aún les pegan a los jubilados pero ellos vuelven una y otra vez. El pueblo comienza a reunirse, va al encuentro con los demás. Charla en la calle, en las casas, en las aulas, en los pasillos, en las secciones del trabajo, entre tranquera y tranquera. Discute, le busca la vuelta y encuentra argumentos porque necesita soluciones. Aprendimos que nadie nos resuelve nada. De a poco, con paciencia, le buscamos la vuelta para tomar en nuestras manos las primeras y más urgentes soluciones.
Y ellos lo saben aunque sonrían en las fotos.

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