Una historia como tantas de encuentros y desencuentros en tierras cercanas –a veces parecen tan lejanas–, y el tiempo escribiendo un relato cuyo final solo él conoce
Por César Luis Penna
Es muy raro encontrar el amor en este siglo XXI reglado por la hiperconectividad y las no relaciones, y más si uno pertenece a una tribu urbana que toda la sociedad ve como los malos de una película de forajidos, todos siempre se cruzaban de vereda y nos esquivaban, salvo que necesitaran algo; hasta la policía, en los noventa, nos cruzaba el patrullero y terminábamos contra el paredón. El hecho es que un día me fui a Santa Fe a ver un par de bandas, solo como de costumbre. Esa vez tocaba Blaze Bayley excantante de Iron Maiden. Cuando sonaron los temas de la banda británica ya me había hecho amigo de un grupo de gente santafesina con el cual me quedé tomando unas cervezas post show. Era un grupo heterogéneo y conocía solo a uno que se fue al rato con una chica. Por lo que me quedé hablando, algunos trabajaban en una empresa de lácteos, otros en la cervecería, algunos en el hospital Iturraspe y el resto era todo vagancia.
Pasaron unos días y me llegó un mensaje pidiéndome el teléfono para pasárselo a una chica. Accedí claramente sin saber de quién se trataba, y charlamos una semana entera. Días después nos vimos en un bar llamado “La Llave” en la ciudad del puente colgante. Era una casona antigua transformada en bar, con varios ambientes ubicada en pleno Boulevard. Cuando llegué vi que la cita era con un grupo de sus amigos, creo que me puse amarillo. Como no me habían visto estuve a punto de desaparecer entre la gente, y lo hice, pero me arrepentí y volví. Ninguno tomaba cerveza por lo que me fui a comprar una como para salvar la situación; volví a pensar en irme cuanto antes. A unas chicas les convidé y enseguida el lugar se llenó. Estábamos parados y ya no podía más con el dolor de las rodillas y la cintura, me explotaban, además parecía que todos debían pasar por mi espalda sin pedir permiso siquiera. Un tiempo después ya estaba hecho casi una baba. Me cansé de que pasaran por atrás mío y cerré el paso. Un cheto petiso de camisa se me hizo el malo, y los manotazos llegaron rápido. Sus amigos lo sacaron y un seguridad me quiso echar, pero la chica con la que había hablado me defendió diciendo que era mi novia y no estábamos haciendo nada.
Con la excusa de ir al baño fui a buscar al tipo este para surtirlo, pero no lo encontré y volví con una coca en la mano del tamaño de una garrafa. Traté de recuperarme y seguí charlando con mi grupo de desconocidos. De un momento a otro decidieron irse… y como me parecía poco, me acerqué a la chica en cuestión y me dijo que vivían todos en la misma zona y uno era el chofer designado y se tenía que ir.
–No te vayas –le dije con ojos de perrito (como aprendí en teatro) y ahí ¡Pum! Chape en medio de la vereda. Entonces me pidió que fuera con ellos. Por un momento pensé que iba a terminar sin órganos. El transporte era tan alto que me pareció que se trataba de un Hummer y casi me dormí de camino a la terminal. Ligué un chape final y me fui a esperar el colectivo. Pero la suerte del borracho me tocó una vez al menos, justo estaba saliendo el fluvial y lo agarré; dormí todo el camino como un campeón mundial.
Pasaron dos semanas y nos volvimos a ver con la chica. Estábamos tomando unos lisos y encargué una pizza (el alimento universal) las otras opciones eran hamburguesas, papas fritas o pan. Cuando el pedido llegó, ella me dijo:
–Comé vos, yo no como carbohidratos.
La miré con la boca abierta como el Coyote.
Yo necesitaba comer algo porque me desmayaba, había trabajado todo el día y no había comido nada, y ella tampoco por lo que me había contado; así que igual se prendió a un par de porciones. En la conversación me enteré que tenía hijos, y que iban a la universidad. Hice todo lo posible por disimular mi cara. Seguro estaba como un tomate. Por dentro pensaba… ¿Cuántos años tiene? ¿Qué otra sorpresa habrá? Después de un par de denigraciones hacia la gente que estudiaba psicología y a la educación pública en general por parte de ella, el hambre se me esfumó. Por mis convicciones no podía seguir un minuto más. Un chico apareció de la nada pidiendo algo, le di la mitad de la pizza y me despedí de ella.
Pasaron varios años y no volví a hablar con esta mujer hasta que me la crucé en un recital de Magnética, una banda paranaense que hacía un tributo a Metallica, de la que nunca me pierdo sus recitales porque me llenan de alegría. Esa vez habíamos ido con el Chino (Guitarrista de Con Botas Sucias, entre otras bandas) que fue en su moto y yo con la mía. Nota al margen: cuando cruzamos el túnel casi nos comieron los mosquitos y nos quedamos desarmados en los baches de la 168, pero llegamos bien igual. A las tres canciones me fui a buscar una coquita y en la fila había una morocha increíble. Al principio no sabía quién era, solo que era una bella mujer y justo estaba donde yo iba. Con un artilugio me puse a charlar con ella, mientras un tipo con cara de poseído nos miraba de lejos. Aún no podía relacionar rostro, andanza, y actualidad hasta que…
–Yo te veo cara conocida –me dijo con una mirada traviesa.
–Tal vez –le respondí sonriendo y mirando hacia otro lado–. Vengo mucho a Santa Fe, debe ser por eso.
Después de unos minutos la fila avanzó y me esfumé entre la gente. Seguí mirando el recital tratando de ver donde estaba ella, pero no la encontré y dejé el asunto. A la semana el algoritmo de Facebook me la manda como sugerencia de amistad y, como si fuera la primera vez, charlamos hasta que salió un encuentro. Nos dimos un par de vueltas por el centro, mientras esperaba que me dijera que ya era abuela, pero no lo dijo.
–Escuchame –me dijo con la boca medio torcida como rocky–, hoy juega el Negro, ¿vamos?
–¿Patronato?, no se…
–¡Colón salame! Soy socia, podemos ir retranca, pasamos por casa y vamos.
Asentí, nunca había visto la cancha por dentro así es que me moría de ganas. Dejamos su bolso y mi mochila en su casa y fuimos.
Iba con un miedo gigante a que alguno se diera cuenta de que soy hincha de River y me sacaran corriendo por el barrio del Panky que está al lado y es bastante áspero. Escuchaba las canciones y trataba de seguirlas por las dudas. En un momento pasó un tipo con gaseosas y le compré un par, estuve el resto del partido rezando no descomponerme, mi gran punto débil de temporadas anteriores.
El partido fue un empate sin goles, ella gritaba como un camionero, la mayoría eran insultos dirigidos al árbitro y muchos de esos términos no estaban en el diccionario de la Real Academia Española. ¡Era Pepita la camionera! y por momentos me pareció que dirigía la barra con señas, no sé. Mientras salíamos del estadio ella me dijo:
–¿Hacemos un cuarteto?
La miré y pensé, ¡esperó que no hable de música!
–¿Cómo? ¿De qué hablas?
–De dos rubias…
Por un momento sentí que se me había dado, pero con mi suerte negra no podía ser verdad.
–Vamos a casa que me cambio y salimos para la cervecería –me aclaró mientras se acomodaba su pelo azabache.
La miré, asentí, le sonreí y nos fuimos caminando rozando nuestras manos a tomar unos lisos con unos carbohidratos para mí y una ensalada para ella.


